1min 30, 1min 29, 1min 28… todos mirábamos al reloj; no; todos no: Alex y Claudia estaban riendo y Dani prestaba atención a la clase de mates.
–… y entonces x · pi lo pasamos a la parte derecha…
1min 20, 1min 19, 1min 18… todos dirigimos una mirada a Claudia; se había vuelto a caer de la silla consumida por la risa.
– Jajaja… – todos nos reíamos. Esta no era la primera vez que Claudia se caía de la silla por reírse; es más, diría que esa era la decimocuarta vez en todo este último trimestre.
– ¡Claudia a la calle! – gritó la profesora señalando con un dedo a la calle; también era la decimocuarta vez que la echaban a la calle.
1min, 59, 58… todos volvimos a nuestros respectivos puestos con un pequeño cambio, a Dani se le sumó Alex, que a pesar de sus notas no parecía enterarse. De repente, levanto la mano:
– Pero ¿Por qué pasamos x · pi a la parte derecha?
– Si hubieras atendido a lo que he explicado, te hubieras enterado que x · pi es…
3, 2, 1 ¡¡RING!! Ya era el final de la hora de la última hora del curso de tercero. Alex y yo cogimos nuestras mochilas y las de Claudia y nos mezclamos con los alumnos de nuestra clase para poder salir. Estábamos ya casi saliendo cuando se nos acerco Sara, una chica morena con ojos marrones, un poco pálida y delgada, demasiado delgada:
– ¿No os vais a despedir del pez? – no nos dio tiempo a contestar, se fue directamente a por el pobre pez.
El pez vivía en una caja para guardar todo tipo de material para clase vacía. El agua siempre estaba sucia y el pez desde que se traslado hay parecía no tener vida. Solo se movía cuando Sara andaba cerca.
– ¿Vamos? – Le pregunté a Alex – solo va a ser un segundo.
Nos dirigimos hacia el pez y vimos a Irina moviendo la pecera:
– ¡Sara, que nos tiene que durar un año más! – exclamó Alex.
– ¡Jo, ya! Pero yo creo que está muerto por que no se mueve, mira ¡Pececito, pececito! – mientras decía esto último golpeaba la pecera con un dedo.
– Da igual no nos va a hacer caso – dije recordando otras escenas de Sara y el pez; era inútil decirla nada
Fuimos hasta la entrada y ahí estaba Claudia esperándonos:
– ¡Claudia, otra vez! – la dije mientras la golpeaba el hombro amistosamente.
– ¡Jo Maya, que ha sido culpa del! ¡Alex que parte de no me hables que me entra la risa no has entendido! – Chillo Claudia en medio del pasillo provocando que todos nos miraran.
– ¡Pero si has…! – El timbre de su móvil no le dejó terminar la frase. - ¡Uy! Parece urgente... ¿Si?
Dejamos a Alex atrás hablando pues ya sabíamos quien era:
– ¡Vaya! Que suerte tiene Alex; como se preocupa por el ¿Tu la conoces? – pregunté, pues al parecer era la primera novia que tenia Alex.
– No, no me ha dicho nada… Oye ¿Ahora adonde vamos? – Claudia era mi mejor amiga; tenía el pelo castaño y ojos marrones. Era alta y delgada. También era un poco olvidadiza.
– Pero ¿no habíamos quedado en el parque nada más salir de clase con los patines? – Yo me llamaba Maya; tenía el pelo castaño claro y ojos azules entre verdosos y grisáceos. Era alta y no estaba ni gorda ni delgada. También era bastante olvidadiza – Vamos a esperar a Alex en ese banco. – Señalé un banco vació que estaba al lado de la puerta principal de nuestra ikastola.
Alex era delgado y el más alto de los tres. Tenía el pelo castaño claro y ojos marrón muy oscuro, casi negros.
Mientras le contaba a Claudia lo ocurrido anteriormente con Sara, Alex apareció con sus mochilas al hombro. Se sentó junto a nosotras y esperó a que terminara con mi historia. Cuando le di fin mi relato, Alex empezó a contar lo que tenía pensado hacer:
– ¡Tengo una sorpresa! E encontrado un sitio no muy lejos de aquí en el que podemos entrenar nuestro equilibrio encima de os patines.
Puse cara de desesperación; parecía mentira que nos conociéramos desde pequeños y no se diera cuenta de mi lamentosa situación sobre patines.
– ¡¿Y como se supone que os debo decir que no se me da bien patinar?! – grité lo más alto que pude para darle una impresión de mi enfado.
– ¡Tranquila hombre! - dijo en un tono muy despreocupado – ¡Que los juegos son fáciles! – Se intentó excusar.
– Anda vamos a ponernos los patines antes de que les encuentre otra utilidad – murmuré. Claudia se empezó a reír; la verdad, es que era más fácil encontrar a un perro verde y a un cerdo volando antes que a Claudia en una conversación sin reírse.
Aquella sorpresita era un lugar no muy alejado de la ikastola. No era un lugar muy bonito, ni tampoco diseñado para patinar; la verdad es que no se como se le ocurrió escoger aquel lugar. Era una chabola más o menos decente con un amplio jardín.
– Bueno, ya hemos llegado.
¡Buah,que guay! Me encanto la parte de Sara y el pez ¡es genial!
ResponderEliminarActualiza pronto por fa...
Esta muy interesante!!
Chau!